miércoles, 20 de febrero de 2008

Cristianos en política

Théodore Géricault. "La balsa de la Medusa" (1819)


Hay algunas cosas que en el mundo de hoy exigen disponer de coraje y demostrar cierto grado de heroísmo. Sin duda, entre ellas están, por un lado, declararse públicamente cristiano, y por otro, meterse en política. Por eso, cuando descubro a un político que tiene los suficientes arrestos como para admitir ante los medios que es creyente, no puedo evitar admirarlo doblemente. Al menos en un primer instante. Luego, evidentemente, le tocará demostrarlo con hechos, y no sólo con palabras.
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No obstante, lo que quiero analizar y compartir hoy no está dirigido exclusivamente a estos profesionales de la política que no esconden sus creencias. También incluyo a todos los cristianos que también tienen claramente definida su ideología política, sean militantes o sencillamente simpatizantes. No puedo esconder un enorme sentimiento de envidia, por cuanto personalmente me cuesta adscribirme o decantarme por un determinado partido político u opción ideológica de las que se encuentran definidas a día de hoy. No sé si eso quiere decir que soy de centro. Pero lo cierto es que encuentro en toda la variopinta oferta política -por cierto, no tan variada- demasiadas zonas negras, demasiados puntos oscuros, demasiadas contradicciones esenciales con aspectos fundamentales de mis creencias y de mi forma de entender la realidad. De tal forma que, después de haber sufrido durante el discernimiento de mi voto, una vez pasadas las elecciones, me he quedado más de una vez con la sensación de haber lanzado un torpedo contra la línea de flotación de mis principios de vida y de mis convencimientos de fe... Y eso, a pesar de no haber votado en la vida dos veces seguidas al mismo partido político.

No entiendan mal mi lamento. Doy gracias a Dios por tener, al menos, la fortuna de encontrarme en un sistema que me permite votar entre diferentes opciones. Pero no encuentro forma de encontrar una alternativa que, ni siquiera acudiendo al tópico de "optar por lo menos malo", me deje tranquilo. Por eso quiero compartir mi reflexión crítica y mis cuestionamientos, como digo, con todos aquellos cristianos que ya no albergan dudas sobre su adscripción política. ¿Acaso no encuentran, en numerosas ocasiones, flagrantes contradicciones entre su ideología y su fe, entre lo que orienta su partido y lo que dictamina su conciencia? ¿Es compatible la asunción y potenciación de una estructura económica a todas luces injusta y generadora de bolsas de pobreza -que asume desde sus planteamientos la existencia de personas que inevitablemente se van a quedar al margen del desarrollo económico- con la opción preferencial por los más pobres que nos enseña el Evangelio? ¿Es coherente el apoyo ideológico de un sistema que se permite el lujo de tirar al vertedero toneladas de alimentos denominados "excedentes de producción" con la excusa de mantener un determinado nivel de precios, sabiendo que millones de personas se están muriendo literalmente de hambre? ¿Es posible compaginar la defensa de leyes que atacan de raíz el derecho fundamental y el respeto a la vida humana en pro de un supuesto bienestar social, con la máxima evangélica "lo que hagáis con uno de estos pequeños, lo hacéis conmigo"? ¿Acaso tiene que ver en algo ese Dios-Padre que deja marchar al hijo pródigo respetando su libertad con unos sistemas de gobierno totalitarios que tratan continuamente de cercenar la libertad de aquellos que discrepan de sus ideas?...

Estoy absolutamente convencido que los choques entre el tren de las consignas ideológicas y el de los principios morales deben ser continuos y de extraordinaria brutalidad en cada persona que se tome en serio ambas cuestiones. En cada uno de esos momentos de conflicto es necesario elegir. Y en las decisiones tomadas se dejará traslucir cuáles son en realidad los valores dominantes, en dónde realmente se deposita la propia confianza... Ahí estará la clave del testimonio que se transmite, porque "por sus obras los conoceréis". Y lo que tengo claro es que, salvo muy contadas y honrosas excepciones, la actitud más generalizada -por más que me pese- es la de adaptar la opinión o los criterios de actuación y pensamiento a las directrices marcadas por el partido o líder de turno, aunque ello suponga sacrificar los principios evangélicos y los fundamentos de la propia fe. Así, es muy común contemplar el esperpéntico espectáculo de dictadores católicos que reprimen, torturan y masacran a todo el que discrepe de ellos, de cristianos confesos que justifican sin ningún pudor la necesidad de iniciar guerras como remedio a otros males independientemente de los muertos que ello produzca, o de otros que manifiestan estar a favor de medidas pro-abortivas o de la manipulación y sacrificio indiscriminado de embriones... Y cuando no se promueven explícitamente semejantes aberraciones, se apoyan implícitamente con un silencio cómplice (al menos ante la opinión pública) por no perjudicar "la imagen" del partido o por miedo a represalias internas.

Manteniendo esa actitud se están transmitiendo claramente, como mínimo, dos convicciones: por un lado, que la fe en Jesús se modela y tergiversa a conveniencia por lo que, en el fondo, no sirve como elemento configurador de la propia vida (al menos, no tanto como la ideología); y por otro lado, que no se tiene confianza suficiente en que el Evangelio realmente puede ser realmente un proyecto alternativo y válido para el mundo que vivimos hoy. Ambos mensajes me resultan francamente deplorables. Y por ello, mi admiración inicial a todos los que se aventuran en el mundo de la política declarándose creyentes -ya sea como políticos en activo, como militantes o simpatizantes- suele tornarse frecuentemente en una enorme decepción. Sinceramente, de ellos espero, independientemente de su sensibilidad ideológica, otra cosa: algo distinto, nuevo... y no más de lo mismo.

No obstante, vuelvo a resaltar su valentía, porque también entiendo la dificultad de la empresa. El mundo de hoy es como una enorme apisonadora, y es muy difícil nadar contra corriente. Quizás, precisamente por eso, tendríamos que estar mucho más alerta para no perder nunca el norte, y no perdernos en nuestra travesía. Porque si realmente uno es creyente, desde mi forma de entender las cosas, uno toma la determinación de hacer de Jesucristo el centro de su vida, el principio y fundamento, y de trabajar por un proyecto de vida acorde al Evangelio que intente hacer presente en el mundo el Reino de Dios y su justicia. Y todo lo demás debería estar supeditado a ésto y no al revés.


PD: Recomiendo vivamente la lectura del comunicado de la Acción Católica General de Adultos ante las próximas elecciones generales; así como los posts "Creo en la política (I)" y "Creo en la política (II): la escala de valores" en el blog de Armando Vallejo Waigand.



CARTA DE NAVEGACIÓN

Ningún siervo puede servir a dos señores:
odiará a uno y amará a otro
o se afeccionará al uno y despreciará al otro.
(Lc 16, 13a)



miércoles, 6 de febrero de 2008

El AMOR en los tiempos del cáncer

Edvard Munch. "El grito" (1893)



Durante este año, en mi comunidad de fe (el grupito cristiano con los que comparto camino) decidimos profundizar sobre la espiritualidad en la vida cotidiana partiendo de nuestra experiencia. En ese contexto, como un paso más de ese recorrido, hace unas pocas fechas reflexionábamos sobre la forma en que habíamos afrontado espiritualmente las situaciones difíciles, las crisis, los tiempos de desierto y desolación que nos había tocado vivir... Los testimonios compartidos fueron enormemente enriquecedores. Casualidades de la vida: apenas una semana más tarde de aquella fecha, en mi familia nos enteramos de la noticia del cáncer de mi padre. Fue el comienzo de la espiral de acontecimientos que desembocarían en su fallecimiento apenas dos meses más tarde.
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Un sacerdote amigo, que fue mi párroco hace unos años, solía repetir que las casualidades son huellas del paso de Dios por nuestras vidas. Desde entonces reconozco que suelo estar atento a las "casualidades" que encuentro a mi alrededor por si descubro en ellas pinceladas de la voluntad de Dios. Quizás alguno pueda pensar que estoy loco, pero en mi interior tengo el convencimiento que Él me estaba preparando para lo que se nos venía encima a mi familia y a mí. Por supuesto, esta circunstancia ya ha sido añadida a la larga lista de momentos de mi vida en los que me he sentido no ya querido, sino especialmente cuidado y mimado por Dios.

Aquella reflexión con mi comunidad de fe me hizo ser consciente de lo importante que es la fe cuando un terremoto sacude tu vida y tu entorno. Por eso, aunque nunca ha sido mi intención en este blog entretenerme demasiado en cuestiones personales, si no les molesta quisiera tomar esta vivencia exclusivamente personal como excusa para dedicar una entrada a todo lo que la fe puede llegar a significar a la hora de enfrentarse a momentos complicados.

En numerosas ocasiones he comprobado cómo situaciones de desmoronamiento personal han provocado crisis de fe. La muerte y la enfermedad son situaciones difíciles de asumir, y es frecuente ver cómo para muchas personas, pasar por este trance les lleva a un enfrentamiento con Dios, al planteamiento de numerosas preguntas para las que no se encuentran respuestas. No creo equivocarme al afirmar que, de alguna manera, viviendo situaciones difíciles o deseperadas, todos hemos terminado cuestionándonos lo mismo: "¡¡¡¿por qué a mí?!!!!". No sé si aquellos que no creen en Dios esperarán algún tipo de respuesta cuando lanzan esta pregunta al aire, pero les aseguro que los que sí somos creyentes, esta pregunta se la lanzamos a Dios, y en cierto modo, esperamos respuesta más tarde o más temprano.

Cada uno de nosotros tiene una experiencia particular de esos momentos. Es un camino que, aunque en cierta medida pueda resultar angustioso, creo no es malo recorrer. A veces incluso es necesario. Quizás sea por eso por lo que el libro de Job es uno de los que componen las Sagradas Escrituras. Personalmente he descubierto cuán injusto puedo llegar a ser cuando le lanzo esas palabras en tono de reproche al mismo Dios -todo AMOR- que fue injustamente perseguido, insultado, calumniado, ridiculizado, cruelmente torturado, y finalmente ejecutado en una cruz por causa del odio, la venganza, la envidia, la ambición, la ira, la cobardía y el pecado del ser humano. Cuando siento el impulso de recriminar a Dios mi infortunio presente, mi imaginación me sitúa inevitablemente en medio de aquella multitud vociferante que vituperaba sin piedad al Jesús moribundo que subía a duras penas la cuesta del Calvario.

Contemplar la cruz en mi propia vida le da un significado distinto, acaso más profundo, a cada una de las palabras del Evangelio, que automáticamente se convierten en el mayor de los consuelos que he logrado encontrar. Cuando el mundo a tu alrededor se transforma en presagio de muerte, entiendes mejor a ese Jesús que mirándote a los ojos te dice: "Yo soy la VIDA". Al final, la clave está en lo mismo de siempre: vivir esos momentos, como todos los demás, con mucho amor.

A mí me resulta injusto pedirle "imposibles" a nadie, incluido a Dios. Aún así, Dios a veces nos los da. Muchos ven, por ello, la ocasión de exigírselos. A mí, sin embargo, me gustaría imitar humildemente a aquel único leproso de entre los diez sanados que dio marcha atrás por el camino para agradecer a Jesús todo el bien que le había hecho. Porque en numerosas ocasiones, es precisamente nuestro egoísmo el que nos impide descubrir cómo nos envuelve el AMOR de Dios, del que nosotros somos imagen y semejanza. Y ojalá ni mi cabeza ni mi alma se olvidaran nunca de dar gracias por todo lo que Él nos regala cada día y que, a fuerza de estar acostumbrados a recibirlo gratuitamente, ya ni siquiera somos capaces de valorar en su medida.


CARTA DE NAVEGACIÓN

Uno de los malhechores crucificados le insultaba diciendo:
"¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro le reprendió diciendo:
"Ni siquiera temes a Dios tú que estás en el mismo suplicio"
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino"
Le contestó: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso"
(Lc 23, 39-40.42-44)


DIARIO DE NAVEGACIÓN