domingo, 16 de septiembre de 2007

¿Causas Justas?

Miguel Ángel Blanco. Imagen tomada de la web www.ciao.es







Hace unos meses volví a emocionarme. No es nada extraordinario, la verdad. Me ocurre a menudo. Pero esa vez fue una de esas emociones que te martillean incesantemente el corazón. Porque a veces, las aguas del lago mantienen la memoria. A mediados de julio, en España volvimos a estremecernos con el recuerdo aún muy vivo de Miguel Ángel Blanco. Por si acaso a alguno este nombre le deja indiferente por vivir lejos de la realidad española, comentaré brevemente que Miguel Ángel Blanco era una persona normal y corriente, como cualquiera de nosotros, que un buen día decidió trabajar por sus conciudadanos, que salió elegido concejal en su pueblo, y que un mal día terminó siendo víctima de la banda terrorista ETA. Una más entre tantas otras desgraciadamente olvidadas. Sin embargo, su muerte causó un gran impacto y dejó una profunda huella en la memoria de todos los que habitamos este país por la crueldad de los medios empleados por esa banda de asesinos. La manifestación de dolor e indignación popular fue la mayor que aún se recuerda por estos lares, y ya hace diez años que ocurrió todo.

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Secuestro, chantaje, amenaza de ejecución con ultimatum de pocas horas, asesinato a sangre fría cuando resonaba por todos los rincones del país el clamor popular reclamando su liberación... Los métodos sanguinarios y de terror empleados por ETA en el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco son ahora desgraciadamente más habituales, al ser utilizados frecuentemente por el llamado terrorismo internacional asociado al integrismo islámico. Sin embargo, aunque a todas estas ramificaciones derivadas de Al Qaeda nadie duda en calificarlas de "terroristas", aún hoy fuera de España éste no es un adjetivo que merezcan los miembros de ETA para gran parte de la prensa y la opinión pública internacional. En su lugar, muchos medios informativos foráneos prefieren utilizar eufemismos tales como "grupo separatista vasco" o "grupo independentista".

Esta diferente perspectiva con la que son analizados los atentados en España en el exterior siempre me ha llamado la atención y me ha hecho cuestionar profundamente cómo el ser humano puede cambiar la visión de una realidad desde la lejanía y el desconocimiento propios del que no la sufre en primera persona. Es cierto que en muchas ocasiones, desde fuera y en frío suelen analizarse las situaciones con una mayor objetividad. Pero también es cierto que incluso desde lejos determinados condicionantes y prejuicios pueden añadir muchos matices subjetivos que impidan un análisis ecuánime.

Supongo que en la distancia, las aspiraciones de independencia de un pueblo siempre se revisten de un halo romántico y bohemio que atrae muchas simpatías. De hecho, el ser humano tiene siempre una tendencia natural a ponerse siempre del lado del más pequeño, de las minorías, de lo que aparentemente parte en desventaja. Simplemente, me parece a mí, por un instinto casi maternal de superprotección, de defender lo que a nuestros ojos aparece como indefenso, de "ponernos de parte del débil". Así, en los conflictos de largo o corto recorrido que se producen por todo el mundo, no resulta extraño que las banderas defendidas por etnias minoritarias, pueblos pequeños, por culturas con aspiraciones de independencia, por colectivos en situación de injusticia, debilidad o inferioridad... se miren con aprecio, complacencia, y cuenten con cierto beneplácito generalizado -o al menos la comprensión- de la opinión pública simplemente por su pequeñez y aparente debilidad. Este fenómeno, cuando se generaliza, llega a marcar incluso unas determinadas pautas en la manera en que se transmiten las informaciones sobre el conflicto que tienden a retroalimentar esa corriente de simpatía.

Intentando ser consecuente, le he dado la vuelta a la tortilla, y me he colocado en la situación de "individuo que recibe noticias de un conflicto o revuelta en el extranjero". Y he de reconocer que, como consecuencia de esta reflexión, de un tiempo a esta parte me he vuelto mucho más cauto -quizá incluso excesivamente frío- a la hora de valorar y tomar opinión o partido por muchas de esas "causas" socialmente aceptadas, por mucho que cuenten con el apoyo y la simpatía general, la mirada comprensiva de medios de comunicación, y con campañas de apoyo y financiación de determinadas ONGs. No quiero decir con esto que le esté restando ni un ápice de valor ni de importancia a los anhelos y reivindicaciones de ningún ser humano o colectivo -independientemente de que los comparta o no-. Pero sí es verdad que creo que una mirada más prudente y crítica a la hora de valorar las informaciones sobre estos individuos, grupos o pueblos en conflicto me ayuda a ser más justo. Por una parte, porque la distancia desde la que se observa una determinada problemática hace que por más que se lean periódicos no se esté al tanto de todas sus claves; y por otra, porque de todos es sabido que muchas son las ocasiones en las que las apariencias engañan -y ejemplos en el mundo hay a puñados a lo largo de la historia-.

Eso sí, en medio de esa prudencia tengo algunas cuestiones meridianamente claras. Y cuando un determinado pueblo, colectivo o individuo trata de conseguir sus fines mediante el empleo de la violencia y de la mal llamada "lucha armada" (utilizando sus supuestos "ideales" para justificar atentados, bombas, secuestros, asesinatos selectivos, asesinatos indiscriminados...) desaparece de mí automáticamente todo atisbo de comprensión o simpatía hacia la causa que dicen defender y la bandera que enarbolan. Ambas (causa y bandera) quedan completamente desautorizadas y desacreditadas cuando traicionan un criterio, a mi entender, fundamental: que ningún valor o principio puede estar por encima de una vida humana. Porque no tiene sentido reivindicar valores como la justicia, la libertad, o la dignidad pasando por encima de la de los demás. Y porque no se pueden buscar nuevos patrones de organización de la convivencia cuando no se sabe convivir. Con estos métodos como adelanto, uno ya puede deducir claramente qué futuro aguarda a los que acaben al "amparo" de los que los emplean.

Y esta conclusión me resulta extrapolable no sólo a los conflictos internacionales o nacionales de índole político, sino también a los pequeños conflictos diarios de la vida y convivencia cotidiana: en el ámbito laboral, familiar, sentimental, personal, relacional... ¿O acaso alguien ha logrado solucionar problemas a base de palos (violencia física), a base de gritos (violencia verbal) o a base de amenazas y chantajes (violencia psicológica) sin generar otros peores y más prolongados en el tiempo?

Creo que, por muy noble que sea la causa que se defiende, en la violencia no está el camino. Y tampoco creo que, por evitar el conflicto a toda costa, se deban dejar las cosas como están cuando uno viva bajo situaciones injustas o tenga algun derecho que reclamar o defender. Simplemente soy mucho más partidario -y ferviente defensor- de todos aquellos que se devanan los sesos, el espíritu y la paciencia para lograr sus pretensiones y reivindicaciones de una manera quizás más larga en el tiempo, pero más pacífica y menos traumática, sin abrir nuevas heridas que generen nuevos y más sangrientos conflictos en el futuro.

CARTA DE NAVEGACIÓN

¿Acaso se recogen uvas de los espinos,o higos de los abrojos?
Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.
No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.
Así que, por sus frutos los conoceréis.
Mateo 7. 15-20.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Navegando...


El lago es el lugar de la vida cotidiana, del trabajo, de las relaciones... Todos deambulamos por el lago del mundo: un lugar tan desconcertante como apasionante. El lago del mundo puede ser muy traicionero. No es bueno confiarse y dejarse llevar. Por eso, es muy recomendable conocerlo bien. Acercarse de cuando en cuando a la orilla para observarlo detenidamente, apreciarlo, amarlo, respetarlo, descubrir cómo respira... Eso es lo que intento hacer. Y por eso surge este blog, en el que quiero compartir mi visión del lago, y aprender de todo aquel que quiera dejar su comentario.
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Llevo todos los años de mi vida navegando por el mundo. Por eso, no puedo decir que hoy zarpamos, aunque sea precisamente este el momento en el que empiezo a poner por escrito las sensaciones que me transmite el lago. No lo quiero ocultar, y lo quiero decir desde el principio para que todo aquel que se suba a esta barca sepa lo que se va a encontrar: Soy cristiano, católico, y como tal me desenvuelvo por el mundo.
Formo parte de ese grupo de personas convencidas de que la fe no se circunscribe ni se puede reducir al ámbito privado, sino que debe tener dimensión pública. Porque si un proyecto de vida se basa en el amor a Dios y al prójimo, no tiene sentido que ese amor se encierre entre cuatro paredes, o debajo de la piel.

Y desde ese punto de vista, mi fe también marca todo mi pensamiento -al menos eso busco y pretendo-. Condiciona mi forma de mirar el lago. Porque, precisamente, fue en el lago, el lugar de la vida cotidiana, donde me encontré con Aquel que le dio sentido a todo. Y precisamente por eso, entiendo el mundo, mi mundo, como un lago con todas sus circunstancias.

El lago tan pronto aparece manso, como se presenta violento. Es un lugar muy agradable cuando sopla brisa suave y luce el sol haciendo brillar toda su superficie como el oro del mejor de los tesoros. Otras veces es un lugar temible, cuando arrecia el temporal y el oleaje hace temer naufragio... Es relajante cuando el viento a favor impulsa las velas, pero puede resultar extenuante cuando el viento en contra obliga a multiplicar el esfuerzo al navegar sin que apenas se avance. Hay zonas donde se hace pie; en cambio, hay otras en donde las simas son muy profundas...
Y en todas estas circunstancias, tengo el convencimiento profundo de que el mensaje del Evangelio sigue estando completamente vigente, y sigue siendo, hoy más que nunca, buena noticia en el mundo.

Me queda mucho que aprender. Y todavía, en ocasiones, doy palos de ciego. Incluso a veces ando completamente perdido. Pero siempre trato de tener la suficiente fe como para poder caminar sobre las aguas sin hundirme.

Bienvenido a este rincón

DIARIO DE NAVEGACIÓN